


¿Dónde se necesita la memoria?
Por Rocío Silva Santisteban
“¿Por qué construyen el lugar del Museo de la Memoria en Miraflores, que es el distrito de las clases altas limeñas?”. Esta es la enésima vez que escucho esta misma pregunta en foros vinculados a justicia, reparación y memoria. La última vez que me lanzaron la pregunta al rostro fue en Huánuco y me la hizo una estudiante de sociología. Ahora se trata de una pregunta que partió de otra más interesante (“¿el crecimiento económico es favorable o no a los procesos de memoria?”) y se la han hecho a Salomón Lerner en el austero y soberbio auditorio del Museo de Etnología de la Universidad de Hamburgo. Lerner, quizás aburrido también de escucharla pero con la misma caballerosidad con la que contesta todas las preguntas, sostiene que Miraflores ha sido el único distrito que ha legado un espacio para concretar la donación del gobierno de Angela Merkel y a su vez recuerda que este gobierno central no tuvo el más mínimo interés por el asunto, excepto cuando Mario Vargas Llosa escribió su Piedra de Toque sobre el tema y rebotó en decenas de periódicos en todos los idiomas; en otras palabras, luego del ridículo global.
Sin embargo, en la pregunta repetida, hay algo de resentimiento y un poco de ignorancia. Comencemos por la segunda, que es más fácil de aclarar: en todo el Perú existen casi 40 “memoriales” o “lugares de memoria” que recuerdan a los caídos durante este conflicto fratricida. Por ejemplo, la cruz que las madres de ANFASEP inauguraron ayer en La Hoyada, Ayacucho, esa zona que antes constituyó el execrable cuartel Los Cabitos, donde un oficial que ahora ha perdido absolutamente la memoria (según dice su abogado César Nakasaki) en una pirueta mental de amnistía a sí mismo no quiere recordar que asesinó y torturó a 50 personas. También está el famoso “Ojito que llora” en Huancavelica, o en Pariamarca un mural que recuerda el antes y después de esa comunidad.
Por otro lado, ¿por qué habría algo de resentimiento en la pregunta antimuseo miraflorina? Creo que resentimiento porque se entiende que un lugar de la importancia de un museo debería encontrarse en los espacios que fueron más azotados por la violencia como Huancavelica o Ayacucho. Esta última idea me parece falaz: los lugares de memoria deben de encontrarse más bien ahí donde más falta hacen, lugares donde la población ni se enteró de la guerra interna o allí donde los escolares que no aprenden esta crucial etapa del Perú pueden tener acceso a documentos gráficos, sonoros, videos y mucho material para que palpen lo que implicó que un gobierno se desentienda de un problema encargándoselo a los militares o que un grupo de profesores radicales opte por el terror y la violencia para llegar al poder y al Estado. Un museo, a su vez, debe contener no solo muestras permanentes sino, sobre todo, un acervo que pueda organizar una serie de muestras itinerantes para poder colocar precisamente todos esos “documentos” u “objetos” ahí donde más los requieren. De hecho, el núcleo duro del museo, la muestra Yuyanapaq, que ahora está itinerante en Hamburgo, es uno de los mejores ejemplos de lo que se logra con pocos recursos, persistencia e imaginación. Y quizás también podrían organizar una campaña de apoyo al museo de ANFASEP en Huamanga que languidece por falta de fondos.
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