


Batallas por la Memoria
Por Rocío Silva Santisteban
El jueves pasado cesó en su cargo de presidente del Lugar de la Memoria el pintor Fernando de Szyszlo pues había tomado una de esas increíbles y sabias decisiones condensada en una sola frase: “Hay mucho por pintar y poco tiempo”. Los otros miembros de la Comisión de Alto Nivel del museo no lo emularon y siguen en sus puestos, sin embargo, recordemos que Pedro Pablo Alayza, curador e investigador de arte, quien iba a cumplir el papel de gerente del mismo, ahora es uno de los directores de Cultura de la Municipalidad de Lima. En buena cuenta y a pesar de lo avanzado, digamos en una sola palabra que el Lugar de la Memoria está huérfano y requiere, de inmediato, de una persona que pueda tomar las riendas con una perspectiva ejecutiva, con liderazgo y, sobre todo, con una visión que permita un museo que pueda contarnos una historia dolorosa del país con un respeto profundo a las víctimas.
Desde la perspectiva de las organizaciones de derechos humanos se ha tenido una mirada ciertamente distante del proceso del Lugar de la Memoria, aunque respetuosa y coadyuvante. Sin embargo, es preciso que los propios activistas y familiares se involucren mucho más. En julio se realizó en Ayacucho –gracias al apoyo de la Embajada de Francia y del Instituto Francés de Estudios Andinos– un encuentro en que el tema principal fue, como en otras ocasiones, el de las reparaciones, pero esta vez también acompañado de una reflexión sobre la memoria. Uno de los temas de una mesa fue, por supuesto, el Lugar de la Memoria, y algunos de sus funcionarios, como Fernando Carvallo, pudieron asistir, recoger sugerencias, comentarios e incluso contestar críticas frontales.
¿Cuál ha sido una de las principales críticas? Los familiares, los activistas y hasta los académicos que investigan el tema de memoria, todos se quejan del secretismo de los contenidos del guión museográfico. ¿Se va a recoger enteramente la muestra Yuyanapaq?, ¿hay sitio para los mil metros que requiere?, ¿qué tipo de salas tendrá el museo?, ¿se recogerá un orden cronológico de los hechos o más bien se apelará a otros elementos más creativos?, ¿habrá la posibilidad de un centro para la memoria con archivos textuales, sonoros y visuales?, ¿los niños podrán asistir y cómo se pensará en hablar sobre este tema a los más pequeños?
Son preguntas cuyas respuestas solo saben de buena tinta los miembros de la Comisión de Alto Nivel y algunos de los técnicos que han trabajado con ellos. Pero la verdad que la ansiedad por conocer esos contenidos no pasa simplemente por una pura curiosidad o por la obligación de estar informados sino por tratar de entender de qué manera la versión de los hechos va a constituir un relato homogenizante o permanecerá la complejidad de las diferentes miradas. Entendemos, obviamente, que se planteará una “narración hegemónica” pero a su vez consideramos que esta debe respetar las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación al respecto. ¿Se tendrá en cuenta que la mayoría de víctimas fueron indígenas, quechuahablantes, vulnerables y habitantes de las zonas más deprimidas del Perú?, ¿se pensará cómo hacer para que ellos –digo, los otros que sobrevivieron– tengan acceso al Lugar de la Memoria?
Recordemos que en diversos lugares del país hay muchísimos “memoriales” (VER AQUÍ MAPEO) o “lugares de memoria” que han sido organizados y pensados muchas veces por las propias víctimas o sus familiares, con financiamiento privado, del gobierno regional, de la municipalidad o, incluso, sin financiamiento alguno; solo a punta de puras ganas de guardar un espacio para recordar: una cruz, una apacheta, un mural. ¿Pero este miraflorino Lugar de la Memoria tendrá sitio para poder mostrar también estos “otros lugares”?
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