“Un dólar, un voto” afirmaba una pancarta de quienes defienden una democracia del pueblo por sobre una democracia comprada por las empresas y los ciudadanos pudientes. Lea y dígame si a esto no le podríamos colocar la advertencia: cualquier parecido de esta elección con la democracia es pura casualidad. Por ejemplo, el debate en CNN entre los precandidatos republicanos fue patrocinado por la asociación de las empresas petroleras estadounidenses. Obama aceptará la nominación en un estadio llamado Bank of America, y el precandidato Romney “tiene millones de su fortuna en un paraíso fiscal para evadir contribuir al tesoro público de su país”.

Para colmo, hace dos años, la Suprema Corte de Estados Unidos emitió un fallo en el cual otorgó a empresas y a ricos el derecho a invertir montos ilimitados para influir en el proceso electoral. Además, determina que las empresas son personas y, por lo tanto, gozan del derecho individual a la libre expresión. Aunque se mantienen límites estrictos sobre cuánto se puede donar a las campañas de candidatos individuales, no hay límite sobre gastos para promover o atacar a otros aspirantes, siempre y cuando no se haga en coordinación con una campaña específica.

Los ejecutivos e inversionistas son el 1% del 1% en el financiamiento político y están ligados con un número reducido de empresas. En 2010, de las 10 principales compañías, seis eran del sector financiero, encabezadas por Goldman Sachs, seguida por Citigroup. Se agregan otros donantes, como Microsoft, RJ Reynolds Tobacco, American International Group y Bear Stearns.