Arequipa: metal y melancolía

Arequipa: metal y melancolía

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Por Rocío Silva Santisteban

Cada vez que regresa mi amigo filósofo, teólogo y sociólogo Alberto Simons SJ de su tierra me dice: he regresado del cielo. Indefectiblemente, desde hace varios años, me repite la frase que se carga de nueva significación cada vez. En efecto, mirando desde mi ventana del hotel Lefoyer y viendo el Chachani y las otras cumbres nevadas, bajo un sol rotundo y un cielo azul casi transparente, Arequipa podría estar a un palmo del cielo, a pesar de que en las profundidades se encuentran los buscados metales que han producido un infierno para algunos arequipeños.

Porque bajo el sol rotundo de la mañana el grupo de la Asociación por la Defensa de la Vida de la provincia de Islay estuvo reunido en una conferencia de prensa en uno de los portales de la Plaza de Armas y narraron que, de lo poco avanzado en el caso de los pobladores muertos durante una protesta social en abril de este año, se han conseguido apenas las autopsias oficiales: los tres murieron por impacto de bala, dos en la espalda y uno en la cabeza. La viuda, los padres y hermanos de los pobladores asesinados fueron rotundos en sus reclamos: lo que buscan es justicia, no venganza; buscan respeto de sus acuerdos, no mecidas de los operadores del Estado. Más allá, en otro de los balcones, un grupo de participantes de Perumín se toma un café para seguir con la jornada.

Hoy en Arequipa, mientras los mineros y demás empresarios vinculados con las industrias extractivas se reúnen en una feria muy exclusiva, dirigentes de grupos étnicos, indígenas y nativos también se reúnen en el Foro de los Pueblos, adonde han llegado desde diversos lugares del Perú para manifestar su preocupación por las industrias extractivas y los choques con sus propias propuestas de desarrollo. Además se realiza un congreso de derechos humanos organizado por el CODHA Arequipa en el paraninfo de la UNSA.

Arequipa hierve. Arequipa es hoy el espacio en el que dos propuestas divergentes de desarrollo se enfrentan, aunque es cierto, sin diálogo de por medio. Arequipa se convierte en estos momentos en un laboratorio de tensiones y torsiones. Mientras escribo estas palabras, jueves por la noche luego de una intensa jornada, no puedo saber a ciencia cierta si la marcha que se realizará mañana será pacífica, tendrá problemas, producirá enfrentamientos o simplemente, como otras tantas veces, permitirá que algunos dirigentes se visibilicen y, junto con ellos, sus representados: pueblos de todos los confines del Perú que exigen ser respetados como ciudadanos. La protesta social no es un crimen: es solo una manera de dejar de ser invisibles.