En abril del 2000, yo me encontraba con muchos de mis alumnos de entonces en las manifestaciones contra Fujimori. Once años después, entre mis actuales estudiantes hay varios que han decidido votar por Keiko, lo cual me hace reflexionar sobre sus motivaciones.
Creo que muchos de estos jóvenes están realmente convencidos de que sólo así se podrá salvar al Perú de la amenaza estatista-comunista que puede implicar Ollanta Humala. A generar este clima de temor y ansiedad han contribuido intencionalmente la mayor parte de medios de comunicación, incluyendo el canal N que ya no es aquel que en el año 2000 cumplió un rol tan importante en defensa de los valores democráticos y la libertad de expresión.
Entre los jóvenes más favorecidos, el voto por Keiko se ha convertido prácticamente en una opción de clase y señalar que uno votará por Humala o viciado es exponerse a ser considerado un traidor. Si, además, hasta la mamá “puso su grano de arena” preparando una canasta con víveres para estimular a una familia pobre a votar por Keiko, los hijos se sienten presionados a apoyar este esfuerzo.
Muchos jóvenes de esos sectores tienen una visión muy parcelada del Perú: acuden a universidades donde encuentran a los mismos compañeros del colegio y evitan aquellos lugares donde pueden encontrarse con peruanos diferentes a ellos, desde el centro de Lima hasta las playas “no exclusivas”, pasando inclusive por el Parque Kennedy. Con una socialización tan restringida, les fue natural llenar la internet de insultos racistas hacia sus compatriotas cuando su primer candidato, Kuczinsky, no pasó a la segunda vuelta.
En cambio, un fenómeno que está presente también entre los jóvenes de los sectores populares es la des-ideologización.
El año pasado, una chica me preguntó: -¿Acaso se necesita tener ideología para participar en política?
Lo curioso es que ella participaba en un encuentro para jóvenes líderes de “partidos políticos”, cuyos lineamientos se reducían a nociones tan vagas como “honestidad” o “espíritu democrático”.
-Ya basta de decir izquierda o derecha –me decía otra joven –la cosa es trabajar por el Perú.
Yo creo que la terrible violencia senderista y los diez años de fujimorismo des-ideologizaron a muchas personas, haciendo que temas como cambio social, explotación o distribución de la riqueza, parezcan tabúes, para no hablar de revolución. Muchos chicos repiten ahora como si fuera un dogma que los problemas sociales se solucionarán por la extensión del mercado o la inversión privada y que los campesinos protestan porque son manipulados. Es más, hay quienes que me han dicho que toda intervención estatal, aún en el tráfico, es dañina, desarrollando una especie de anarquía liberal.
A esto contribuye una confianza muy fuerte en la tradición oral, propia de una época donde los jóvenes dependen mucho de sus padres (al punto que éstos van a la universidad a reclamar por sus notas). Muchos creen a pie juntillas todo lo que en su casa les dicen sobre los tiempos que no han vivido. Así como he escuchado repetir una y otra vez que “hasta el coche bomba de Tarata nadie sabía en Lima que había terrorismo”, también me dicen que Velasco hundió a un país próspero y feliz, simplemente porque era un resentido.
Hay jóvenes que repiten que Humala impondrá el comunismo en el Perú, que supuestamente ya impera en Argentina, Bolivia, Ecuador, Uruguay y Venezuela. El descenso en la calidad de universidades y colegios hace que esto parezca muy creíble. En teoría, un joven del año 2011 debería ser la persona más informada de todos los tiempos, dado su acceso a la internet, pero lamentablemente no es así y la internet termina teniendo el mismo valor que una hoja en blanco, que puede usarse para tomar valiosos apuntes o para hacer garabatos. La semana pasada, a una exalumna que sostenía que Humala era protector de terroristas, tuve que explicarle que precisamente había luchado contra el terrorismo, antes de que ella naciera.
Reconozco, también, que en algunos jóvenes existe una impresionante ausencia de malicia. Ellos insisten en que la candidata es Keiko Fujimori, y no su padre, y que no pueden atribuirse a ella los crímenes o delitos del régimen anterior. Evidentemente, Keiko no torturó a Leonor La Rosa, ni descuartizó a Mariela Barreto, ni financió a Laura Bozzo. El tema de fondo es que Keiko es solamente una pantalla para que una mafia vuelva a gobernar.
Ellos no quieren darse cuenta que la campaña mediática busca bloquear cualquier afectación a los intereses de los grupos de poder económico, agitando irresponsablemente todos los temores posibles. Y por eso también algunos jóvenes, que no tienen ningún privilegio que defender, hablan de defender el estado de derecho, las libertades democráticas, la estabilidad económica o la separación de poderes, todo lo cual a una mafia no le interesa para nada.